Algo muy extraño sucede cuando estamos de viaje: percibimos el tiempo de forma totalmente diferente.
La cotidianidad hace que el tiempo pase demasiado “rápido”, mientras que las cosas fuera de lo común nos hacen percibir que el tiempo pasa muy lento.
Así, dos o tres días de viaje parecen una semana. Son los días «buenos». Una semana en cotidianidad, por el contrario parece poco tiempo: un período que pasa «demasiado rápido».
En la cotidianidad, todos los días son iguales (o al menos muy parecidos) y parecen ser un sólo día.
Cuando estamos de viaje hay novedades constantes y podemos separar los días fácilmente, de acuerdo a lo que hicimos.
En pocas palabras, cuando estamos enfrentándonos a nuevas sensaciones, los días parecen ser “vívidos” «buenos» que «merecen la pena vivir».
No pensamos lo mismo en el día a día.
Cada vez que revivo esta sensación, me recuerdo también que debo tener días diferentes todos los días.
Es por eso que trato en la medida de lo posible que ningún día sea igual.
Algunas veces voy al co-work desde donde a veces trabajo o me quedo en casa. Otras veces voy a un café a escribir o cancelo responsabilidades y me voy al parque con mi hija (como hoy).
Pero no siempre es posible desentendernos de nuestras tareas diarias.
A veces ni siquiera queremos.
O quizás nos estamos engañando con cosas que creemos que son demasiado importantes (pero que realmente no lo son).
Para esos días tengo una solución: tan sólo necesito 15 minutos haciendo algo fuera de lo común para que el día haya valido la pena.
Algunas cosas que puedo hacer son coger un camino diferente, caminar por otras calles, conocer a una persona, hablar con un extraño, ver amigos de larga data, o dormir una siesta (una de mis cosas favoritas).
Normalmente 15 minutos serán 20. Luego 30 y cuando menos te lo esperes, habrás pasado una buena hora disfrutando de algo que normalmente no hubiera sucedido.
Pruébalo, y luego ven a contarme cómo te fue.
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